Vivimos inmersos en lo que se
ha venido a llamar “la era de la
información” y “la sociedad del riesgo”, cuyo sistema nervioso lo constituyen
fundamentalmente la información y las comunicaciones. Nunca, a lo largo de la
historia, la información ha sido tan accesible a los hombres. Además cada vez
van tomando mayor peso específico las fuentes abiertas de información. Hay
redes internacionales de datos, millones de sitios y páginas web abiertas al análisis, pero el tiempo
disponible para procesarlos es siempre superado por el vórtice de nuevos datos
que aparecen. Tal es así que podemos hablar de una verdadera “infoxicación”, es
decir, una intoxicación de información.
Sin embargo esta realidad contrasta con el
hecho de que esa información requiere una formación previa para poder
seleccionarla, procesarla y utilizarla para los fines que se persigan. La
información es acéfala, no piensa por nosotros. Los datos en bruto, sin el
debido procesamiento, no nos conducen a conclusiones útiles. Por tanto, se hace
necesario implementar los mecanismos adecuados para manejar y dar forma a la
información. El paso de la información al conocimiento es lo que denominamos
inteligencia.
Mucho se ha hablado y escrito
en los últimos años sobre inteligencia económica e inteligencia competitiva,
dando lugar en no pocas ocasiones a cierta confusión terminológica propia de
aquellas disciplinas emergentes que aún no tienen recorrido histórico ni bases
fuertemente asentadas.
La inteligencia económica es aquella que se realiza desde el Estado y
en beneficio del Estado en su conjunto. Carl Von Clausewitz escribió que la
guerra es la continuación de la política por otros medios. Parafraseando al
genial estratega podemos decir que la economía es la continuación de la guerra
por otros medios. Tanto las guerras como las crisis económicas tienen un denominador
común: ambas producen por igual desolación y sufrimiento en los países que las
padecen. Algo que también sabía John Adams, uno de los padres fundadores de
EE.UU, cuando escribió: “There are two ways to conquer and enslave a
nation. One is by the sword. The
other is by debt”.
Los Estados tienen la obligación de estar preparados para defender
y proteger a sus ciudadanos en ambos casos. Por este motivo muchos países han
adoptado un concepto de seguridad activa, es decir, colocar la defensa de los
intereses económicos en el centro de la política exterior. En Francia, el
coronel en la reserva Alain Juillet, nombrado Alto Responsable de Inteligencia
Económica el 31 de Diciembre de 2003, creó
un grupo interministerial permanente cuya tarea consistió en preparar proyectos
y recomendaciones para su uso por parte del Gobierno y de las administraciones
pertinentes, según el plan de acción dictado por las altas esferas del Estado.
Para ello se configuró un
sistema de seguimiento y alerta, que involucraba a las administraciones
centrales y regionales, a las universidades y las embajadas, destinado a
vigilar las evoluciones del sector tecnológico e industrial, tanto dentro de
sus fronteras como en el extranjero. De igual forma, Francia también cuenta con
una École de Guerre Economiqué (http://www.ege.fr/), creada en 1997 a partir de
las conclusiones del Informe Martre, para formar profesionales para el mundo de
la empresa. Entre sus objetivos está la “fusion des méthodologies militaires et
civiles”.
Un
modelo parecido ha seguido Suecia, que ha establecido una red de colaboración
entre bancos, academia, asociaciones, gobierno e industria, lo que le ha
ayudado a crear una impresionante infraestructura de inteligencia competitiva,
donde un elevado porcentaje de las principales 500 empresas suecas tiene los
mejores departamentos de inteligencia competitiva a nivel mundial. Por ejemplo,
la embajada sueca recopila y suministra información a las compañías suecas; las
consultorías suecas proveen soporte y servicio a las empresas que necesiten
ayuda relacionada con las actividades de inteligencia; en la Escuela de
Económicas de Estocolmo y la Universidad de Lund se ofrecen cursos intensivos
sobre inteligencia. De hecho, en la Universidad de Lund, se puede obtener un
doctorado en inteligencia (Arroyo Varela, 2005, p.51)
En España la ley encarga al CNI, de
forma genérica, proteger los intereses económicos, comerciales e industriales
del país. El Gobierno fija cada año sus objetivos concretos en la Directiva de
Inteligencia, una instrucción clasificada como secreto que incluye intereses
económicos a defender, vinculados casi siempre a sectores estratégicos como la
energía. Asegurar, por ejemplo, el suministro de petróleo y gas es
trascendental para que el país funcione, pero lograrlo depende en ocasiones de
que las empresas estén bien informadas y jueguen con ventaja. Unas veces el
CNI presta ayuda directa a compañías
relacionadas con dichos sectores vitales. Otras, su labor es hacer que las
empresas sepan ayudarse a sí mismas. En este terreno, algunas de las labores
del CNI son la evaluación del riesgo político de países, orientando el
análisis a la inversión empresarial y considerando factores como la estabilidad
política, institucional, social y legal; el análisis macroeconómico, en lo que
se refiere a la estabilidad económica, alianzas comerciales, seguimiento de
sectores estratégicos y tendencias de inversión internacional. También la
vigilancia del comercio de la tecnología de doble uso, así como de las
actividades de blanqueo de dinero, fundamentalmente en lo que se refiere a su
conexión con el crimen organizado y el terrorismo y el análisis sobre el grado
de eficacia y cumplimiento de sanciones económicas y embargos.
Según el
“Glosario de Inteligencia” publicado por el Ministerio de Defensa, podemos
entender la inteligencia competitiva
como el “tipo de inteligencia que realizan las empresas
para obtener información, analizarla y tener conocimiento sobre el entorno más
o menos inmediato en el que desenvuelven su actividad. Sus objetivos son
planificar y adoptar medidas para mantener la competitividad de la empresa”.
La información es algo imprescindible para la supervivencia
de cualquier empresa. El CEO necesita no sólo buena información, sino tener los
mecanismos adecuados para poder transformar esa información en conocimiento
útil o inteligencia que le ayude a la hora de la toma de decisiones. Los conceptos mando, dirección y organización están
intrínsecamente unidos con el de información. Si lo que caracteriza a la dirección
es su capacidad para adoptar decisiones, estas se basan en la mejor
inteligencia disponible en cada momento.
Los especialistas en management
anglosajones acuñaron hace años el concepto “learning organizations”
(organizaciones que aprenden). Los japoneses prefieren hablar de organizaciones
que crean conocimiento. Todos están de acuerdo en una cosa: hay empresas
inteligentes y empresas estúpidas. Aquéllas gestionan bien la información,
detectan con rapidez los problemas, son capaces de resolverlos rápida y
eficazmente, fomentan la creatividad y alcanzan sus metas al mismo tiempo que
ayudan a que todos los implicados (los stakeholders) logren las suyas. Las
estúpidas pasan a engrosar el cementerio empresarial. Las empresas inteligentes
consiguen que un grupo de personas, tal vez no extraordinarias, alcancen
resultados extraordinarios gracias a una colaboración sistémica. Este tipo de
organizaciones posibilitan el desarrollo del talento individual apoyado en la
interacción con el equipo. Comienza a hablarse del “capital intelectual” como
uno de los activos más importantes de las grandes compañías. Se Busca que los
conocimientos se compartan. Los conocimientos específicos de los miembros deben
explicitarse de forma
que puedan compartirse. No es admisible, por ejemplo, que un
ingeniero abandone la empresa “llevándose” todos sus conocimientos.
En
un mundo tan globalizado y en una época en que las empresas de muchos sectores ofrecen
productos similares y emplean tecnologías comparables, los procesos
empresariales de alto rendimiento están entre los últimos aspectos de
diferenciación que aún quedan, y, sin lugar a dudas, la inteligencia
competitiva es uno de ellos. Como sostiene
Thomas Davenport, “analytics is not a new thing” (Davenport, 2008, p.11). Las empresas del sector financiero han estado competiendo de esta
manera durante décadas, pero esta forma
de competir se ha extendido ya a otros sectores de actividad. La inteligencia
competitiva se nutre de ámbitos tan dispares como el análisis estratégico de la
empresa, la investigación de mercados o la vigilancia tecnológica y quizás sea
esta característica multidisciplinar y transversal la que mejor la defina.
Desde un punto de vista meramente
organizativo, dos ideas parecen tener hoy en día mucho auge en lo que a
inteligencia competitiva se refiere. La primera de ellas es sustituir un modelo
de empresa vertical por otro más horizontal o matricial (como sucede en algunas
entidades bancarias) donde la información es compartida sistémicamente y es
catalogada para distribuirla horizontalmente en la empresa, con la excepción de
aquella que es particularmente sensible. Esto favorece la comunicación y la
agilidad de la empresa en los proyectos. Se pasa así de un sistema “push” donde
la información es transmitida desde la dirección a los diferentes departamentos
del organigrama de la empresa para que ejecuten las acciones, a un sistema “pull”,
donde cada departamento tiene capacidad de acceso a bases de datos comunes y
puede adoptar decisiones en función de una cierta delegación de autoridad.
La segunda idea está tomada de la inteligencia
estratégica y se basa en centrarse en objetivos concretos y realizar un
seguimiento. Su germen está en la propuesta de Robert Clark y su “Target
Centric Intelligence Model”. En su obra, Clark propone configurar los equipos
de trabajo en función del objetivo o “target”, periorizarlos y hacer el
seguimiento correspondiente.
Ambas ideas han venido a ser apoyadas por la web
2.0 o web semántica, que parece ser un instrumento más que idóneo para
compartir información de una manera fácil y barata. Otra cosa es dilucidar
hasta qué punto este medio es seguro.
Aunque diferentes, la inteligencia económica y la
inteligencia competitiva mantienen una relación cuasi-simbiótica, en el sentido
de que nuestro país no puede aspirar a que sus empresas tengan una inteligencia
competitiva de calidad que suponga una “ventaja competitiva” como escribiría
Porter, si no es apoyada desde una inteligencia económica del Estado que la
anime y la apoye, pergeñando unas líneas maestras de acción y organización. Es
prioritario consolidar una “red de información” al estilo sueco que incluya
embajadas, cámaras de comercio y universidades y hacer accesible todo ese
caudal de información a las empresas. Después será tarea de las propias
empresas desarrollar los medios técnicos e informáticos adecuados y buscar los
profesionales que sepan explotarlos para convertir toda esa información en
bruto en inteligencia útil para la empresa. El reciente acuerdo de colaboración
entre las Cámaras de Comercio y Crédito y Caución para poner en marcha
servicios comunes y facilitar la internalización de las PYMES supone un paso
más en esta línea.
Muy buen artículo. Enhorabuena.
ResponderEliminarSorprende el "acuerdo de colaboración" entre las Cámaras de Comercio y Crédito y Caución. Que se sepa, esta empresa no tiene experiencia en inteligencia, ni competitiva ni económica.