Hay una enorme diferencia entre ver y mirar. Ver,
es solo eso, ver. Sin más. Se pude ver y no sentir ni captar nada. En el mirar,
en cambio, existe intención. Hemos decidido qué ver y nuestra intención es
conocer. Necesitamos mirar para verificar, para curiosear, para descubrir.
Una de las primeras cosas que se aprenden en un
servicio de inteligencia, tanto si eres un agente clandestino como si eres un
analista, es a saber mirar. Una conversación cualquiera tiene contenido,
argumentos que examinar en busca de falacias lógicas, pero también tiene una
forma, en la medida en que nuestro cuerpo refleja nuestros estados de ánimo,
nuestra tensión o tranquilidad, por poner solo algunos ejemplos. El lenguaje
del cuerpo ha sido ampliamente estudiado. De igual forma un bar puede ser un sitio donde la gente se toma tranquilamente una copa, pero también un local donde existen entradas y salidas y un auténtico sitio de entrenamiento para interpretar los estados de ánimo e intenciones de la gente que allí se reúne. Son sólo dos de los ejemplos más conocidos.
Saber mirar es también sumamente
importante para los analistas a la hora de discriminar la información útil de
la que no lo es. La experiencia y el conocimiento en nuestra área de
especialización hace que nos fijemos en aspectos que pueden pasar
desapercibidos para otros y a saber interpretarlos. Pero también es una
capacidad innata en todo buen analista. Para el analista ver sin mirar es
pecado o debiera serlo. Es una pérdida de tiempo acompañada de una perdida de
información que pudiera resultar útil. El analista es curioso por naturaleza,
busca los giros en lo que mira, no se contenta con causas próximas de los
fenómenos, sino que busca las causas remotas de lo que observa.
Imaginemos que un pintor, un botánico y un leñador
observando un paisaje en el campo. Los tres observan o miran el mismo paisaje,
pero los tres ven cosas diferentes. Probablemente el pintor se fijará en el
espectro cromático, en los colores, el botánico prestará más atención a los
diferentes tipos de plantas y flores y el leñador volcará su atención en la
clase de árboles y en la madera que pueden dar. Es decir, nuestras
observaciones están mediadas en gran parte por nuestros conocimientos. A esto
el filósofo de la ciencia Karl Popper lo llamó la carga teórica de la observación. ´
El observador no es un papel en blanco en el que se refleje
de una vez toda la realidad tal como es, con sus características observables,
sus conceptos
y sus singificados, no es un espejo, sino que cuando, por ejemplo,
observamos un automóvil con personas abordo, necesariamente tenemos que poseer
previamente el concepto de automóvil y el significado del mismo y toda una teoría
acerca de qué es cómo funciona, de modo que entendamos, al verlo, que es un
coche que se aleja y no otra cosa. Además, poseemos conocimiento teórico que privilegiamos y contradice lo que podríamos
concluir basándonos solamente en lo observado: sabemos que el automóvil que
vemos a lo lejos de cierto tamaño es en realidad más grande, sabemos que esa
pequeña cabeza corresponde a una persona que lo conduce: en fin, mucha teoría
previa.
Solo los necios creen que deben hacer caso a lo que ven, por mucho que sepan mirarlo. Los expertos en conocimiento saben que lo sabio es conjugar lo que sabemos, lo que nos dicen y lo que vemos. En cualquier caso, un placer leer tus textos.
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